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AUTOMOTRIZ La vida en un cementerio de coches
La vida en un cementerio de coches

Aunque alguna vez fueron deseados, el final de los automóviles casi siempre será el mismo, un espacio donde el abandono y la nostalgia se dan la mano

El destino final de los vehículos con largos años de uso o que simplemente sus dueños no desean conservarlos no es otro que los llamados cementerios de autos.

Ha habido muchos cementerios de automóviles a lo largo de la historia del automóvil, probablemente a unos años de la creación del primero de ellos.

Desguace, cementerio de automóviles o de coches, o deshuesadero, desarmaduría, huesera, chivera, yonke, yonker o car graveyards…, abundan los nombres para referirse a los basureros de vehículos.

Un deshuesadero de autos es un polvoso y sucio espacio donde quedan, inmóviles, los autos con desperfectos, viejos y olvidados.

Ya no sirven al propósito original que alegró tanto a sus dueños. Asimismo, es el lugar donde acaban siendo desmantelados poco a poco por gente que ahorra dinero al remover sus aún útiles autopartes para ajustarlas en sus propios vehículos o venderlas.

Muchos de estos cementerios de autos no solo se amontonan en una fosa común, sino que se convierten en verdaderas minas de piezas, y son usados para recuperar algunas partes en buen estado.

Por lo general, los cadáveres de los vehículos se acumulan sobre todo en descampados, en barrancas o en cavernas, inclusive los hay amontonados en túneles abandonados de tren. El establecimiento destinado a desmantelar los vehículos desechados por sus propietarios no siempre padece las vicisitudes del abandono.

Hay también lugares especiales, como el que posee el artista Michael Fröhlich, un coleccionista alemán que destina un espacio del bosque a una rica colección de 50 vintage cars, entre ellos un Rolls Royce que fue quizás de la reina de Inglaterra, un Porsche 356 de carreras, un Jaguar XK120 y un Buick, a los que deja, sin remordimientos, en el abandono. Llama a su colección “…esculpidos por la naturaleza”.

Fröhlich fue un piloto alemán que ganó el Gran Prix en 1984, pero movido por un raro impulso decidió coleccionar un montón de autos finos y descuidarlos a propósito, dejarlos a la intemperie.

Campos de nostalgia y olvido
Hay un cementerio en algún lugar cerca de Crawfordville, Florida, uno de los más espectaculares que se pueden encontrar, donde se respira la paz de los sepulcros; ahí descansan en paz cientos de autos en descomposición, oxidándose, permitiendo pacientemente que la naturaleza los consuma en el olvido.

Por otro lado, en Georgia, también en Estados Unidos, se ubica la famosísima Old Car City, un cementerio de autos que abarca 8,000 m2 con los modelos más raros (cerca de 34 hectáreas de clásicos americanos en animada descomposición), lo que atrae como moscas a muchos coleccionistas que se dedican a reparar modelos muy antiguos.

El propietario de este inmenso cementerio, Dean Lewis, confesó a la prensa especializada que más que un depósito de chatarra, lo suyo es un “paraíso para los fotógrafos”. Y es que según un reportaje de la revista Hot Rod “…tener a la vista unos Cadillacs con aletas, Ford Torinos y Dodge Challengers de 1970, cubiertos con ramas de pino y oxidándose en silencio, poco a poco, es algo hermoso y deprimente a la vez”.

A menudo, muchos autos del mismo tipo fueron abandonados por sus desaprensivos dueños. Pero muchos se mantienen firmes, con sus formas aún no desfiguradas, a la espera de su desmantelamiento o, como cabe esperar, de su reciclaje.

Existen numerosos cementerios de automóviles famosos en todo el globo.

En las afueras de Victorville, en California, alineados y cubiertos de gruesas capas de polvo aguardan, en espera de reciclaje o destrucción, cientos de miles de automóviles que fueron recomprados por la firma Volkswagen poco después del escándalo de emisiones de 2015. Es un cementerio que hiela el ánimo.

Y en Europa, el Historischer Autofriedhof Gürbetal, en Kaufdorf, un lugar perdido en la campiña de la región de Berna, en Suiza, es un sitio que resguardó más de mil automóviles, en su mayoría de la década de 1930 a 1960, con el afán de salvar partes útiles, difíciles de localizar. Sin embargo, el tiempo y la naturaleza descompusieron la integridad de los vehículos. El sitio se contaminó y tuvo que ser limpiado en correspondencia con las preocupaciones ambientales, vigentes en 2009.

También, por un tema ambiental, el cementerio de autos de Chernóbil que acogió los vehículos que participaron en las operaciones de control, rescate y evacuación de la central nuclear yacen contaminados; quedaron expuestos a la radiación en 1986.

Desde otro ángulo, en Dubái, donde hay más millonarios por kilómetro cuadrado que en ningún otro lugar del planeta, no es extraño que un emir compre y/o deseche, con la mano en la cintura, un Audi R8, un Mercedes-Benz Clase G o un Rolls-Royce Ghost.

En un video de YouTube (busque: “cementerios de autos en Dubái”) se puede apreciar cómo dejan abandonado un Mercedes-AMG GT o un Lamborghini chocado.

La última morada
Un deshuesadero de vehículos es un lugar que siempre despierta enorme curiosidad por su aire de misterio —es como si el alma en pena de las marcas flotara sobre ellos—, donde numerosos vehículos se amontonan, reposan y se oxidan al aire libre. En numerosas películas de acción, los deshuesaderos enriquecen la trama con su escenografía repleta de bólidos destartalados.

A veces el tiradero de vehículos crece en un bosque que, con el tiempo, acaba por devorar con sus plantas a todos los modelos. Como sucede en Châtillon, en Bélgica, donde el follaje del bosque se entreteje con el volante y el parabrisas roto; y lo penetra con gruesas ramas a lo largo y ancho de sus cabinas, sus cofres vacíos, o por los huecos del piso. A la larga, predomina la naturaleza y envuelve a los vehículos de verde, mientras las hojas sobresalen por las ventanas.

También se han realizado hallazgos asombrosos en diferentes países como España, Francia y China, encontrando antiguos modelos de autos clásicos, como Chevrolet, o deportivos, como Ferrari y Bugatti, y algunos “taxis”.

En la cultura de la obsolescencia programada que dinamiza a nuestra sociedad capitalista, los cementerios de coches proliferan, y la actividad de estos sitios consiste en la reutilización de algunos componentes de los vehículos, el reciclaje de otros y el manejo de residuos del resto.

Las piezas que todavía funcionan se venden a los nostálgicos y a los recicladores, que siempre encuentran cómo sacarle más provecho al perfil de los modelos.

Por lo regular, en un deshuesadero se acopian automóviles, aunque en algunos incluyen motocicletas, bicicletas, aviones pequeños y botes. Luego de un procesado inicial para venderse como chatarra a otras industrias de reciclaje, los vehículos de desguace se utilizan también en carreras de destrucción.

Por otro lado, los vehículos en desuso suelen ser investigados; las autoridades competentes de cada país procuran tener conocimiento legal de los autos, de su matrícula o serie. Estos deben ser clasificados para poder expedir su certificado de defunción, para anotar que ya no circulan.

El fin de una vida útil
Como todo producto después de su creación, cada auto tiene un tiempo de duración, un auto nuevo puede durar tanto como se le cuide, pero eso depende a su vez de la salud financiera del conductor. Así como de la salud de la industria automotriz.

Alineados y cubiertos de gruesas capas de polvo, cientos de miles de automóviles recomprados por Volkswagen poco después del escándalo de emisiones de 2015, aguardan su destino final. Es un cementerio que hiela el ánimo.

Muchos consideran que un auto ya alcanzó su vida útil cuando rebasa los 8 años y lo cambian al sopesar, por ejemplo, los gastos en mantenimiento, desgaste y seguros que en ocasiones cargan más que la inversión de un auto nuevo.

En México no es fácil deshacerse de una carcacha. Antes, al contrario, les encanta subir el kilometraje de un auto usado, y añaden más vueltas que las que sugiere el instructivo. Inclusive, los autos que desechan los estadounidenses acaban en nuestros tiraderos vehiculares.

Aquí no solo nos hemos resignado a ser el basurero automovilístico de Estados Unidos (con lo que conlleva en términos económicos el tema de los autos chocolate), sino que le damos sepultura a esos armatostes en infinidad de “cementerios de carcachas”, unos más clandestinos que otros.

En realidad, se desconoce exactamente el número de lugares determinados para recibir los autos en desuso, pero aquí y en China (es decir, en todo el mundo) suelen depositarse en grandes descampados, aunque la cantidad y diversidad de ejemplares hace que se pierdan de vista.

En algunos sitios, sin embargo, los flamantes vehículos (que alguna vez fueron) entran en descomposición a toda prisa y se vuelven basura. Por lo general, estos cementerios se crean de un día para otro y muchos propietarios los bardean para protegerlos. También hay otros que, sin márgenes de seguridad, se dejan al olvido y permanecen ocultos, olvidados, confundiéndose con el paisaje de fondo, más muertos que sus propias sombras.

 

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